Pag. "Guerra Civil Española" albun nº 7


GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. album Nº 7
El arte pictòrico en la propaganda politica y militar.
"Esta guerra no sirve para nada. No resuelve nada. Concluida, subsistirán los móviles que la han desencadenado, y las cuestiones de orden nacional que se han querido solventar a cañonazos, reaparecerán entre los escombros y los montones de muertos." (Manuel Azaña - La velada de Benicarló)
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Centro Documental de la Memoria Histórica
El Centro Documental de la Memoria Histórica conserva una de las mejores colecciones de carteles de la guerra civil existentes en el mundo. Especialmente rica y completa respecto a los producidos por la República, ha sido ampliada posteriormente con la incorporación de otros carteles significativos editados en su día por el bando nacional. Dichos carteles ya se dieron a conocer a través de la publicación en formato CD-ROM realizada por el Ministerio de Cultura en dos volúmenes (el 1º de ellos en el año 2002 y el 2º en 2005). En la actualidad la colección consta de 2.280.
El Portal de Archivos Españoles es un proyecto del Ministerio de Cultura destinado a la difusión en Internet del Patrimonio Histórico Documental Español conservado en su red de centros.
PARES ofrece un acceso libre y gratuito, no solo al investigador, sino también a cualquier ciudadano interesado en acceder a los documentos con imágenes digitalizadas de los Archivos Españoles.
Ministerio de Cultura Secretarìa General Tècnica.
Subdirecciòn General de Publicaciones Informaciòn y Documentaciòn.
NIPO:551-07095-1
En esta web se muestran la mayoria de estos carteles. Para saber màs, dirijase al enlace situado bajo estas lìneas.
http://pares.mcu.es/cartelesGC/
El Centro Documental de la Memoria Histórica custodia una valiosa
colección de carteles compuesta por un total de 2.280 piezas de diversa
procedencia, una buena parte de las cuales son resultado de la incautación
llevada a cabo por los organismos represores que actuaron durante el
avance de las tropas rebeldes comandadas por el general Franco, y de
manera especial por parte de la Delegación Nacional de Servicios
Documentales (DNSD). Más de la mitad (1.280) forman parte de la
Sección Político-Social creada por dicho organismo. El resto han ingresado
en distintos momentos a partir de 1979.
Se trata de una colección de gran interés pues reúne un conjunto más que
notable de carteles editados en su mayor parte durante la Guerra Civil
Española (1936-1939), de los años que le precedieron y de los posteriores,
es de un volumen considerable y contiene algunos ejemplares difíciles de
hallar.
La Delegación Nacional de Servicios Documentales, creada en 1944 a
partir de organismos surgidos en 1937 y suprimida en 1977, estaba
estructurada en dos secciones: Político-Social y Especial, con documentos
incautados en territorio republicano para utilizarlos en tareas represivas
fundamentalmente, pero también de contrapropaganda. Para estas últimas
se formó una colección de carteles en la Sección Político-Social, a la que se
han añadido por razones de conservación otros trece ejemplares que
aparecieron entre el resto de los documentos al avanzar en las tareas de
descripción, todos ellos de los años anteriores a la guerra, entre 1931 y
1936, anunciando mítines o festivales e incluso una carrera ciclista.
La Sección Especial es la otra gran unidad de ese organismo y en ella se
elaboraron los expedientes relativos a la Masonería y otras organizaciones
ideológicamente disidentes del catolicismo oficial franquista, que fueron
empleados para reprimir sistemáticamente a los masones. Junto a estos
documentos se reunieron toda una serie de objetos con la finalidad de
utilizarlos para desprestigiar la Orden, son los mandiles, bandas, insignias,
espadas e incluso muebles con los que se recreó la supuesta logia masónica
que aún hoy subsiste, y que constituye un exponente del fantasioso
imaginario del régimen franquista, obsesionado con la persecución y
desprestigio de la institución masónica. Entre estos materiales se conservan
una serie de cuarenta y seis carteles que fueron recogidos de las paredes de
los templos masónicos de cuya decoración formaban parte o bien eran
elementos rituales, entre los que predominan los que contienen textos y
consignas de la filosofía masónica así como imágenes con los principales
símbolos que sus miembros reconocen, y algún manifiesto dirigido a la
sociedad en general o el original de un cartel de propaganda.
El segundo grupo de carteles (876 piezas) procede de la
Colección JoséMario Armero
sobre la Guerra Civil Española, adquirida por el Estado en2001, y compuesta por una gran cantidad de documentos, libros, prensa y
objetos, que de alguna manera tienen relación con el conflicto y con los
primeros años del Franquismo. Destacan por su interés y volumen, las
fotografías, las tarjetas postales y los carteles. Originalmente estos últimos
estaban clasificados, no siempre correctamente, en los siguientes apartados:
Nacionales, Republicanos, Internacionales, Preguerra y Posguerra. A ellos
se han unido algunos otros que aparecieron mezclados y doblados entre la
documentación textual y que completan la colección de carteles
republicanos editados durante la guerra y en los años anteriores, a la vez
que añaden un número significativo de carteles producidos por el bando
nacional, especialmente los impresos en la inmediata posguerra.
Otros 54 carteles, todos ellos de los años 1936-1939 con la idea de
completar la recopilación existente, se han incorporado por adquisición
directa. De los años posteriores y de otra temática, la masonería y el exilio
casi siempre, son los ejemplares que se han incorporado últimamente en el
Archivo. Proceden del archivo de Dionisio Ridruejo, uno relacionado con
su actividad política y el otro con la literaria. Doce de la
Colección de JoséLuis García Cerdeño,
ingresada en el archivo en 2001, y compuestafundamentalmente por documentación de particulares y organizaciones
españolas en el exilio, entre las que tiene una presencia destacada la
Masonería, siendo esta la razón de que la mayor parte de dichos carteles
correspondan a sus actividades, quedando otros que anuncian conferencias
de exiliados como Indalecio Prieto o Luis Jiménez de Asúa así como algún
manifiesto.
Por su contenido, la mayoría se refieren a la Guerra Civil Española y al
ámbito republicano, por ser la España leal el espacio donde fueron
incautados la mayoría de los que hoy componen esta colección. En primer
lugar destacan los relativos a la actividad militar, el reclutamiento y la
movilización, las consignas de guerra, el fortalecimiento de la disciplina, e
incluso normas para la instrucción, no faltando los que se refieren a la
intervención extranjera. También abundan los relacionados con la economía
de guerra, especialmente el trabajo en la retaguardia y la agricultura.
Otro grupo importante es el que contiene mensajes ideológicos,
especialmente los referidos al antifascismo, que son abundantes al
presentarse como una norma básica de actuación, pero están también los
vinculados con los grupos anarquistas y la revolución. Tampoco faltan
aquellos que presentan caricaturas de personajes o grupos del otro bando, o
los que pretenden concienciar contra las actividades subversivas que puedan
minar la moral y favorecer el triunfo del enemigo.
Con personalidad propia figuran los carteles de prensa, que anuncian
publicaciones o son periódicos murales, al igual que pasa con los dedicados a
la educación de adultos. Abundantes son también los relacionados con las
actuaciones de ayuda y solidaridad y las asociaciones que se ocupan de ello.
Aquí cabría indicar el elevado número de los dedicados a los niños y a las
mujeres, los primeros como objeto de protección, y las segundas por su
valiosa contribución al esfuerzo bélico.
Los lugares de impresión fueron Madrid, Barcelona y Valencia
fundamentalmente, como grandes ciudades donde las artes gráficas estaban
desarrolladas, y de las que resistieron mas tiempo y donde las instituciones
públicas y privadas tuvieron sus órganos directivos y por tanto de
propaganda. También destacaron Bilbao, Castellón, Gijón, Santander, París,
Moscú y Leningrado.
Sus editores fueron también de lo más variado, destacando instituciones
públicas como el Ministerio de Instrucción Pública y del Ministerio de
Propaganda, además del Ejército de la República. Entre las entidades
privadas citar a los sindicatos y partidos políticos, especialmente CNT-AIT,
UGT, PCE o Juventudes Libertarias, organizaciones como Altavoz del Frente
o las Asociaciones de Amigos de la Unión Soviética. Punto aparte es la
Editorial soviética Iskusstvo, responsable de los carteles que sobre la URSS
tenemos.
Los carteles conservados en el Centro Documental de la Memoria Histórica
constituyen un conjunto excepcional para el estudio de la propaganda
durante la guerra, sus antecedentes y sus consecuencias. Su mera
contemplación sirve para comprobar la fuerza evocadora del dibujo, de las
alegorías, para representar la tensión, el drama vivido en los angustiosas
jornadas, interminables, de una guerra que desgarró nuestro país y fue
preludio de casi cuatro décadas de ominosa dictadura.
José Ramón Cruz Mundet
Subdirector General de los Archivos Estatales.
Carles Fontserè
El dibujante y cartelista Carles Fontserè murió en la
madrugada del jueves, 4 de enero de 2007, en el hospital
Josep Trueta de Girona, a los 90 años de edad.
Considerado uno de los máximos exponentes del cartelismo y
la fotografía de la segunda mitad del siglo 20, trabajó
activamente con la CNT-AIT y la FAI durante la guerra civil.
También realizó carteles para el POUM y la UGT.
Carles Fontserè nació en 1916 en Barcelona y luchó en la revolución y la guerra en España contra el fascismo. En el año 1939 marchó al exilio y, desde entonces, vivió en varias ciudades como París, México o Nueva York, donde conoció a su compañera, Terry Broch. Allí continuó activo por los ideales de izquierdas y trabajó en Hollywood, desarrollando su trayectoria como dibujante, cartelista y también fotógrafo.
En los últimos años, Fontserè ha sido uno de los grandes
activistas de la Comisión de la Dignidad, que
reclamaba el regreso de los papeles confiscados en el
Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, después de que se
le confiscaran algunos de los carteles que hizo durante la
Guerra. Precisamente, una de las personas que trabajó con el
dibujante y cartelista, el escritor y crítico de arte Jaume
Fàbrega, ha destacado que Fontserè ha muerto sin haber
recuperado sus carteles confiscados.
En 1995 publicó el primer volumen de sus memorias, "Memòries
d'un cartellista català" (Portic, 1995), al que
siguieron "Un exiliado de tercera en París durante la
segunda guerra mundial" (Acantilado, 2004) y
"París, México, Nueva York" (Proa, 2004).
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Los paraisos perdidos pueden ser paraisos porque estan perdidos.Escribo esta web durante las interminables horas que paso esperando a que haga efecto el "paracetamol" que tomo para que mi artrosis deje de molestarme y asì despuès poder dedicarme a mi pintura y a mi maqueta de trenes.
CONSIDERACIONES
Uno de los fenómenos intrínsecos de la Guerra Civil española que ha permanecido prácticamente inaveriguado, cuando no oculto, durante la cuarentena franquista, y que, incluso hoy, no ha sido valorado en su justa magnitud, es la explosión cartelista de julio del 36 en Barcelona, no obstante ser aquellos primeros carteles los que configuraron, en el exterior, la imagen heroica de la revolución española que, en la época, alumbró una gran esperanza en los corazones del proletariado internacional. Revolución roja y negra que se prolongó hasta las sangrientas jornadas de mayo del año siguiente en las que triunfó el gobierno de Negrín y se consolidó la influencia del partido comunista en toda la zona republicana. En el transcurrir de aquellos primeros días de lucha callejera, cuando las fuerzas militares sublevadas acechaban amenazadoras en Zaragoza y otras capitales de España, y la burguesía pudiente catalana imbuida de «noucentisme» y de «seny» juzgaba la victoria popular como la euforia desquiciada de una algarada pasajera, la iconografía revolucionaria de los carteles que con prontitud extraordinaria llenaron las paredes de la agitada Barcelona, apareció, a los ojos de todos, burgueses atemorizados y luchadores revolucionarios, como signo inequívoco de una mayoritaria voluntad popular de lucha antifascista.
Así, aquellos primeros carteles fueron, en cierta manera, el «certificado» multicolor de la revolución en Cataluña. Los generalmente llamados «carteles de la Guerra Civil española» vinieron después. Carteles que yo califico de «institucionales», por decirlo de alguna manera, y ser obra de encargo de las oficinas de propaganda, en distinción de los carteles de las primeras semanas que fueron la obra espontánea y directa de los artistas que desde el primer momento quisieron participar con su labor en la lucha contra la reacción y el fascismo levantado en armas. Carteles que, «llameando desde las paredes», llamaron la atención del escritor británico trotskista, George Orwell, y del corresponsal de guerra soviético, llya Ehrenburg, e inflamaron la lírica del poeta catalán Agustí Bartra. Como afirma Eugenio de Bustos, «los carteles de los primeros meses de contienda revelan una mayor riqueza imaginativa en tanto que, a partir de la crisis política que llevó al gobierno Negrín sobre todo, se pone de manifiesto una mayor monotonía.» El Comisariado de Propaganda de la Generalidad de Cataluña, al frente del cual figuró durante toda la contienda Jaume Miravitles, nombrado por el entonces «Conseller» de Gobernación del gobierno catalán, Josep Tarradellas, fue organizado en los primeros días del mes de octubre, y dos meses más tarde, en el mismo año 36, el gobierno de Largo Caballero creó el Ministerio de Propaganda.
En sus comienzos el Comisariado de la Generalidad limitó su actividad propagandística, en el campo del cartel, a reimprimir, en forma de postales, series de los carteles que habían sido editados al principio por las diversas organizaciones antifascistas. Series de postales que hoy constituyen un raro y valioso material muy buscado por los coleccionistas. Posteriormente el Comisariado editó sus propios carteles, siendo de notar que, a diferencia de los servicios de propaganda de los regímenes autoritarios, la Generalidad no hizo propaganda de su propia ideología política. Más que nada se limitó, como queda dicho, a organizar una amplia red de distribución que dio una mayor difusión, tanto en el interior de la zona republicana como en el exterior, a los materiales de propaganda antifascista de todo tipo. En la exposición de la Bienal de Venecia «España. Vanguardia artística y realidad social: 1936-1976», así como en las exposiciones celebradas posteriormente en Barcelona y Madrid, la primera en el Palacio de la Virreina, en mayo de 1977, y la segunda en el Centro Cultural de la Villa en octubre de 1978, los carteles de la Guerra Civil fueron presentados al azar, uno al lado de otro sin orden ni concierto, o ateniéndose a su valor estético, o simplemente anecdótico. Cuando se les ha clasificado, o se ha pretendido abordar su estudio, como en la muestra presentada en la Fundación Joan Miró de Barcelona, también en mayo de 1977, o en el libro «Carteles de la República y de la Guerra Civil» editado en Barcelona con ocasión de la exposición de Madrid, se ha seguido el método temático, que tiene la ventaja de ser cómodo y de fácil lectura, pero no desvela el genuino mensaje que hay oculto, a mi entender, detrás del lema de cada cartel y de su figuración gráfica. Desconozco el sistema de selección que se haya podido seguir en la exposición de carteles de Salamanca organizada por la Subdirección General de Archivos del Ministerio de Cultura y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca, en la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy, en junio pasado, pero a juzgar por el catálogo, se me antoja que también en ella se ha seguido el orden temático que parece prevalecer pero que, como ya llevo apuntado, este sistema de clasificación tiene el inconveniente de enseñar los carteles desconectados de la situación histórica concreta en la cual, como muy bien observa Eugenio de Bustos en el prólogo del mencionado catálogo, deben de encuadrarse los textos y las figuras de los carteles para que, en su heterogeneidad y aun disparidad, adquieran sentido y coherencia. Así, por falta de dicho encuadre, los primeros gritos impresos que sueltan las paredes de la Barcelona en lucha: Libertad y Revolución, aparecen clasificados en séptimo lugar en el índice temático del catálogo y con numeraciones postreras en el orden de exposición, cuando según mi criterio selectivo los carteles agrupados en dicho capítulo deberían figurar, casi como preámbulo, en primerísimo lugar. El historiador Josep Termes, en el libro anteriormente mencionado «Carteles de la República y de la Guerra Civil», selecciona y comenta los carteles según su temática. Los capítulos tienen la virtud de seguir, básicamente, el orden cronológico de los acontecimientos: la revolución, las milicias, el esfuerzo de guerra, mando único y ejército popular, y así sucesivamente hasta el final de la contienda, que aprovecha para mostrar el cartelismo de los vencedores. No obstante, al presentar los carteles dentro de cada capítulo temático, Termes prescinde del orden cronológico de su publicación, con lo cual se da la paradoja que al lado de algunos carteles revolucionarios que aparecieron en las primeras semanas de la revolución triunfante, figuran otros que, aunque de temática revolucionaria, fueron editados años después con motivo de conmemoraciones y homenajes a figuras representativas que desaparecieron en la lucha armada, como por ejemplo el característico cartel del dibujante «andalán» Helios Gómez anunciando una exposición organizada por la 26 División en homenaje a Durruti, el líder anarquista muerto en el frente de Madrid en noviembre del 36, editado por la 26 División casi al final de la guerra, es decir, en noviembre de 1938. De lo anteriormente expuesto se deduce que una lectura estrictamente temática que prescinda del orden cronológico en que los carteles fueron publicados resulta confusa en gran manera. Con ella se pierde la dinámica interna que la propia Guerra Civil fue generando a través de las necesidades que la revolución y la contienda plantearon. Dinámica histórica que en una ordenación racional de los carteles quedaría reflejada. Pues, como sin duda se ha dicho ya en alguna otra parte, a través del universo expresivo de los carteles pueden seguirse las vicisitudes de la revolución y de la guerra. Cosa que hoy por hoy todavía no es posible.
En los años de la República y de la Guerra Civil el procedimiento de la fotolitografía tal como hoy se conoce no había alcanzado todavía su perfeccionamiento actual. Un cartel para ser impreso, antes tenía que ser copiado a mano por un diestro y experimentado especialista, el dibujante litógrafo -oficio artístico manual actualmente desaparecido a causa de la lenta dificultad de su aprendizaje- sobre unas planchas de zinc, color por color, separadamente; una plancha para cada color, tantos colores tantas planchas y cada una de ellas impresa por separado. La relativa lentitud de este procedimiento de estampación limitaba el número de colores con el que se imprimían los carteles. Tres o cuatro colores como máximo, a base de tintas planas, era la norma. De esta suerte, la técnica de la impresión condicionaba la técnica del pintor de carteles de aquel entonces, de la misma manera como al diseñador gráfico de ahora le han condicionado los modernos sistemas de reproducción. Si por un lado éstos le permiten un uso cromático ilimitado, por el otro, la ausencia de tintas planas, aplicadas directamente sobre la plancha, sustraen vivacidad al color. De tal forma que los carteles de hoy, a pesar de su colorido y de la superior calidad de las tintas de impresión, debido además a la regularidad mecánica de las tramas que no admiten el contraste, aparecen como apagados y sin lustre cuando se les compara con los carteles de ayer. Hacer un cartel, en aquella época, representaba para el artista un trabajo ciertamente complejo, se pintaba sobre papel que, previamente humedecido, era montado en un bastidor de madera como si fuera una tela de pintar y, al secarse, quedaba tenso y sin arrugas igual que un panel. Se pintaba a la aguada, pintura que difícilmente admite el retoque y el repintado y con la cual la manipulación de tonos claros sobre superficies ya pintadas de tonos oscuros es prácticamente imposible. De este modo, el blanco del papel se convertía a menudo en un elemento esencial de la composición, mismamente como las letras. El estilo de éstas se lo inventaba para cada cartel el propio artista que, además, se veía precisado a pintarlas a mano personalmente. Ello explica que la variedad de estilos tipográficos de los carteles de la época sea hoy difícil de homologar a un tipo determinado. En aquella década de los treinta la industria de las artes gráficas de Barcelona ocupaba un primerísimo lugar en el complejo industrial de la península -por su volumen económico era una de las primeras industrias de la ciudad-, seguida de las de Valencia y Madrid. No fue, pues, casualidad que en estas tres capitales, llegado el trágico período histórico de la Guerra Civil, se editara una cantidad ingente de carteles. Existían los medios materiales y culturales necesarios para ello: una maquinaria moderna de imprimir a gran formato -generalmente los carteles medían 100 x 70 cm., y cuando impresos en dos pedazos 140 x 100 cm-, una pléyade de dibujantes litógrafos de gran calidad, y una tradición cartelista que, en Barcelona, tenía sus raíces en unos representantes ilustres del Modernismo catalán: Ramón Casas, Santiago Russiñol, Utrillo, Alexandre de Riquer, Adriá Gual y el propio Picasso, que a finales del siglo pasado se manifestaron de forma excepcional en Cataluña. También Valencia y Madrid contaban con una notable tradición de pintores de carteles que, en la primera de dichas capitales, se manifestaron tempranamente con el cartel de toros, el cual, con su colorido a lo Sorolla, ha devenido un clásico y ha perdurado hasta nuestros días, gracias, también, al apoyo de una excelente industria de artes gráficas.
Con el Quinto Regimiento, en las jornadas heroicas de la defensa de Madrid, nació en la capital de España un cierto estilo de cartel, hierático, vigoroso y solemne, que marcó la pauta a la mayor parte de los carteles de guerra posteriores, eminentemente «institucionales». En las dos zonas geográficas en que quedó dividida España con el enfrentamiento guerrero, le correspondió a la franquista la parte más tradicionalmente agraria y ganadera, que no contaba con una industria gráfica comparable por su importancia con la que existía en la zona republicana. Tampoco disponía de una praxis cartelista valiosa, ni era el Ejército español un cuerpo que se hubiese distinguido por sus inquietudes estéticas, ni que sintiese la necesidad de apoyar la disciplina militar por medio de campañas de propaganda gráfica. No de otra forma se explica que el Departamento de Plástica del Servicio Nacional de Propaganda franquista, como subraya Josep Termes en su "Aproximación histórica al Grafismo de 1931-1939", « ... consigue mejorar los mediocres carteles anteriores contando con los dibujos de Carlos Sáenz de Tejada, y los de Pruna y Cabanas, que procedían de la zona republicana, a la que habían abandonado». En el mismo contexto resulta curioso registrar que los carteles franquistas más vistosos y de más calidad artística salieron de las prensas de los talleres gráficos de la Barcelona recién conquistada por los ejércitos de Franco, y pertenecen a los primeros años de la victoria. Debelación que representó la fortuna indisputable, aunque momentánea, del cartel franquista; y que fue magistralmente sintetizada en un cartel que pintó Josep Morell -el número uno de los cartelistas de Barcelona en la etapa de la Generalidad de Cataluña, de antes de la guerra-, impreso en la más acreditada casa editorial de la Ciudad Condal, y cuyo lema rezaba: HA LLEGADO ESPAÑA. De esta suerte, el cartel político español de izquierdas dejó de existir en el mismo lugar donde, en la primavera republicana y en los años tempestuosos de la Guerra Civil, se había multiplicado ostensiblemente. Sin embargo, en pocos años, y paradójicamente, también el cartel político de derechas, sumergido en la «Verdad» indiscutible del Régimen, expiró el último suspiro. Y, con él, se cierra el postrer capítulo de uno de los más interesantes períodos del cartel político español.
Carles Fontserè